lunes, 30 de enero de 2012

La Pirámide de Mayo

En el primer aniversario de la Revolución de Mayo de 1810 el gobierno decidió colocar una Pirámide en la plaza central en su homenaje. La historia y las transformaciones del primer monumento público en Buenos Aires guarda hechos interesantes para relatar.

   El 5 de abril de 1811, el Cabildo de Buenos Aires resolvió rendir homenaje a la Revolución de Mayo en su primer aniversario, inaugurando una pirámide de carácter provisorio. Se encargó de realizar la obra el alarife Francisco Cañete y la pirámide se inaguró el 25 de mayo de ese año.

   Este monumento fue en principio un modesto obelisco de adobe cocido coronado por un vaso cuyo basamento era hueco; la aguja del obelisco descansaba en un pedestal cuadrangular sobre dos escalinatas con zócalo, hallándose circundado por una sencilla verja sostenida por doce pequeñas columnas realizadas por el maestro Bruno Moranchel. Posteriormente, hacia 1856, Pridiliano Pueyrred´´on diseñó  "la nueva Pirámide", que inclúyó modificaciones de cierta importancia, tales como la construcción de un revestimiento que encerró la aguja que representa "LA REPÚBLICA" que se observa actualmente; los ángulos entrantes fueron cubiertos por pedestales para asentar en ellos las figuras representativas de "EL COMERCIO", "LA AGRICULTURA", "LAS CIENCIAS" y "LAS ARTES", obras del escultor francés Duburdieu. En la cara que mira al Este fue inscripta la leyenda "25 DE MAYO DE 1810" y se labró un sol naciente; en las tres restantes se pusieron coronas en altorrelieve, los pilares fueron demolidos y se retiró la antigua verja, colocándose en su lugar una nueva, ejecutada en hierro. Las cuatro figuras ornamentales fueron reemplazadas en el año 1875 por las de "LA GEOGRAFIA", "LA MECANICA", "LA ASTRONOMIA" y "LA NAVEGACIÓN", completándose el arreglo con el estucado (imitación de mármol) de la Pirámide.

El Intendente Torcuato de Alvear dispuso en el año 1883 la demolición de la Recova que dividía en partes iguales la Plaza de Mayo (formando las plazas del Fuerte y de la Victoria), por lo cual la pirámide quedó decentrada y tuvo que ser trasladada al sitio que ocupa actualmente, desprovista de sus cuatro estatuas ornamentales y de su verja, difícil operación que se realizó en el año 1912, bajo la supervisión del constructor Anselmo Borrel. El 24 de mayo de 1891 se colocó una placa de bronce en memoria de los oficiales Felipe Pereyra y Manuel Artigas, muertos al principio de la Guerra de la Independencia. Esta obra fue declarada monumento histórico el 21 de mayo de 1942. La altura es de 19 metros.



Curiosidades de la Pirámide de Mayo

   El primero monumento de la ciudad de Buenos Aires no escapa a curiosidades que rondan sobre ella. Una de las primeras curiosidades es que la pirámide original de Cañete se encuentra en el interior de la pirámide, ya que Pridiliano Pueyrredón no restaura el viejo monumento sino que lo recubre con el actual.
  
Por otor lado, en la pirámide de Mayo fue colocado tierra de todas las regiones del país y también de tierra santa, en aquella época invocar la protección de Dios era costumbre en la sociedad y los gobernantes.






Las estatuas de escolta

   Como hemos dicho arriba, la Pirámide de Mayo, durante muchos años, estuvo escoltado por cuatro estatuas del escultor francés Dubordieu. Alrededor de los años '20, las estatuas fueron retiradas del lugar y durante muchos años estuvieron en un depósito del Banco Provincia en la ciudad de Buenos Aires. Esas estatuas por muchos años fueron olvidadas en esa entidad bancaria.
   Finalmente en el año 1972, un empleado del Banco identificó las estatuas y el gobierno nacional resolvió colocarlas en la plazoleta San Francisco, que queda en la esquina de Alsina y Defensa, frente al convenio de San Francisco. Actualmente se enceuntran en el lugar. El destino quiso que las escoltas no se alejaran más de cien metros de donde se encuentra la Pirámide de Mayo.

jueves, 5 de enero de 2012

Uno de nuestros héroes civiles del siglo XX: el doctor Ramón Carrillo

Manuel Belgrano sostenía, ya en su época: “Honrar la virtud cívica es educar a los pueblos”. ¿Qué quería decir con esto ? Claramente, que era responsabilidad del gobernante exaltar las conductas paradigmáticas, para establecer los modelos sociales a los que el resto de los ciudadanos pudiera anhelar parecerse.

Todo un ejemplo paradigmático es, en el campo de las ciencias médicas, uno de nuestros héroes civiles del siglo XX: el doctor Ramón Carrillo. Pero el revisionismo de pacotilla pretende, aún en nuestros días, desmadejar su figura. No es sencillo hacerlo cuando se trata de un hombre de esa escala, como humanista, científico, funcionario y docente.
¿Cómo evocar hoy la polifacética, riquísima personalidad de Ramón Carrillo? Santiagueño de alma, fue una inteligencia descollante puesta durante toda su vida al servicio de sus compatriotas, particularmente los más carenciados, los más sufrientes. Nacido en 1906 en el seno de una familia afincada en Santiago un siglo antes, heredó de su madre el fervor por la fe católica y de su padre el ideario radical. No mucho más tenía para heredar. Con grandes esfuerzos vino a estudiar a Buenos Aires donde, brillantísimo alumno, recibió su diploma de médico con honores y medalla de oro. Carrillo fue un maestro de la neurocirugía argentina, reconocido y valorado en el mundo por su talento y su inagotable búsqueda científica. Podría haber tenido fama, éxito y dinero en el ejercicio privado de su profesión, pero eligió otra cosa.
En 1944 dirige el Instituto Nacional de Neurocirugía y crea, organiza y preside la Escuela de Postgrado de la Facultad de Medicina de la UBA, con orientación a la medicina social y preventiva. Valorando el aporte de la Historia a todas las ramas de la ciencia, funda la Sociedad Argentina de Historia de la Medicina.
El flamante gobierno de Perón le ofreció, en 1946, el ministerio de Educación. Declinó el ofrecimiento, pero propuso la creación del ministerio de Salud Pública, cuyo único antecedente era, a la fecha, el Departamento Nacional de Higiene. Allí fue designado, para luego asumir la secretaría de Salud Pública, el 1° de junio de 1946, al ser creada ésta sobre la base del antiguo Departamento Nacional. Finalmente, al crearse por ley el ministerio de Salud Pública de la Nación, en 1949, Carrillo se transforma en el primer ministro en la historia de esa cartera.
Abrazó la causa de la salud pública con fervor. Se dieron en ese tiempo transformaciones colosales, que permiten asegurar que casi toda la infraestructura de salud con la que el país cuenta hoy se debe a esa gestión, realizada en conjunto con la Fundación Eva Perón: en sólo ocho años, se construyeron 4229 establecimientos sanitarios en todo el país. Esto amplió la capacidad hospitalaria en 130.180 camas. Jamás antes ni después la salud pública argentina recibió un impulso de esta magnitud.
La tasa de mortalidad infantil disminuyó claramente y la esperanza de vida al nacer aumentó de 61,7 años promedio a 66,5 en menos de una década. En 1947, inaugura el Instituto de Medicina Preventiva y su gestión edita el Plan Analítico de Salud Pública de la Nación. En 1949, publica su obra Política Sanitaria Argentina, considerada –junto con Teoría del Hospital (1953)– un tratado de consulta, aún hoy, en todo el mundo.
Impulsó y creó la especialización de médicos higienistas, hoy sanitaristas. Innovador, crea en 1948 los centros de salud, e inaugura los primeros 50. Decía entonces: “El centro sanitario es un conjunto de consultorios polivalentes, con servicio social, visitadoras sanitarias y bioestadística, para captación de enfermos, reconocimiento de sanos y tratamientos ambulatorios, en tanto que la Ciudad Hospitalaria funciona siempre en correlación con uno o más centros sanitarios”.
Se erradicó por completo el paludismo y enfermedades como sífilis y tuberculosis disminuyeron a niveles equiparables a países más desarrollados. Los argentinos debemos saber que el Servicio Nacional de Salud británico, considerado ejemplo de un sistema universal y público, data de 1949. Ya para entonces el sistema público de salud argentino superaba al británico, tanto en recursos aplicados como en resultados obtenidos.
Frente a quienes lo negaban y aún hoy lo niegan, escribió con amargura: “Si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre el esfuerzo donde dejé mi vida”. Aspiramos a que, en la necesaria restauración de los paradigmas que tanto necesita nuestra querida Argentina al comienzo del siglo XXI, los miles de jóvenes que abrazan cada año la vocación por la medicina quieran seguir su ejemplo. Carrillo nunca postuló al Premio Nobel de Medicina, pero por su obra gigantesca y la dimensión de su humanismo ilimitado, está merecidamente en el nivel de nuestros Nóbeles. El doctor Ramón Carrillo recibe hoy, a cien años de su nacimiento y cincuenta de su muerte, el reconocimiento emocionado de sus conciudadanos.

ARTURO ILLIA, UN GRANDE DE LA PATRIA

El 4 de Agosto de 1900 probablemente a las 16:00 horas nace en Pergamino, provincia de Buenos Aires Arturo Umberto Illia. El 1º de Marzo de 1908 inicia sus estudios primarios en la Escuela Provincial Nº 18 de Pergamino. En Marzo de 1910 Se traslada a Buenos Aires e ingresa como alumno pupilo al Colegio Salesiano Pío IX del barrio de Almagro en la Capital federal. Regresa a Pergamino en Diciembre de 1916 ante la imposibilidad de que su padre siguiera solventando sus estudios.

En Diciembre de 1917 Regresa a Buenos Aires y rinde libre los exámenes del quinto año del bachillerato en el Colegio Nacional Buenos Aires.

El 5 de Marzo de 1918 obtiene su diploma de bachiller y el 11 de Marzo de 1908 solicita su ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires y en Diciembre: rinde con calificación sobresaliente su primera materia en la Universidad.

En el año 1921 se incorpora al Regimiento de Granaderos a Caballo General José de San Martín para cumplir con el servicio militar obligatorio. En el año 1922 es electo Secretario del Comité Universitario Radical de la Capital. En Marzo de 1927 obtiene el diploma de médico y en 1929 es designado como médico de los talleres ferroviarios de la ciudad de Cruz del Eje, Córdoba.

Durante Septiembre de 1930 la revolución que derroca al Presidente Yrigoyen lo deja cesante en su puesto.

En Agosto de 1933 viaja a Europa y reside en Dinamarca, Alemania Rusia e Italia hasta Diciembre de 1934. El 3 de Noviembre de 1935 en el Departamento de Cruz del Eje la Unión Cívica Radical triunfa por 3,576 votos contra 3,376 de los Demócratas. Illia obtiene la senaduría provincial. El 17 de Mayo de 1936 asume como senador departamental por Cruz del Eje para el período 1936-1940. El 15 de Enero 1939 contrae matrimonio con Silvia Martorell Kaswalder en Puerto Belgrano. Triunfa el 10 de Marzo de 1940 en la elecciones como candidato a vicegobernador de Córdoba, acompañando en la fórmula al doctor Santiago del Castillo con 138.916 sufragios contra 106.865 del binomio Benjamín Palacio-Carlos A. Astrada (Partido Demócrata).

El 17 de Mayo de 1940 asume como vicegobernador de Córdoba para el período 1940-1944. puesto que mantiene hasta el golpe de estado del 4 de Junio de 1943 lo desaloja del gobierno cordobés.

El 24 de Febrero de 1946 se presenta como candidato a Senador Nacional y cae derrotado frente al peronismo. Durante el año 1947 es electo presidente del Comité Provincia de Córdoba de la Unión Cívica Radical.

El 26 de Abril 1948 asume como Diputado Nacional para el período 1948-1952. El 11 de Noviembre 1951 la fórmula radical Arturo Illia-Arturo Zanichelli pierde en las elecciones para gobernador de Córdoba frente al binomio del peronismo Lucini-De Uña por 395.342 contra 327.627 votos. En el año 1958 es derrotada su candidatura a Senador Nacional por el candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente.


El 18 de Marzo de 1962 binomio Arturo Illia-Justo Paez Molina con 310.387 sufragios se impone ante el Partido Laborista (Carlos Berardo-Joaquín Zuriaga) con 294.519 votos y obtiene la gobernación de Córdoba. 30 de Marzo: se anulan los comicios del 18 de Marzo en todo el país e Illia no puede asumir su cargo.

El 7 de Julio 1963 la fórmula de la Unión Cívica Radical del Pueblo Arturo Umberto Illia-Carlos Perette triunfa en las elecciones presidenciales con 2.403.451 sufragios, seguida de la Unión Cívica Radical Intransigente (Oscar Alende- Celestino Gelsi) con 1.553.996 votos y de la Unión del Pueblo Argentino (Pedro Eugenio Aramburu-Horacio Thedy) con 1.132.065. 31 de Julio: se reúnen los Colegios Electorales y proclaman la fórmula Illia- Perette con el 56,6% de los sufragios.

El 12 de Octubre de 1963 Illia asume la Presidencia de la Nación.

El 28 de Junio 1966 el golpe de estado encabezado por el Gral. Onganía desaloja por la fuerza a Illia de la presidencia., el 6 de Septiembre del mismo año fallece su esposa Silvia Martorell.
El 18 de Enero 1983 fallece el Dr. Arturo Umberto Illia.
 Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal.


Una madrugada su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían que hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo.

El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama , se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González. Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”. “No se si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo. La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo. Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas. “¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre. Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.

A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche. Jairo dijo que lo contó por primera vez en su vida. Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre.

El teatro se llenó de lágrimas. Los aplausos en la sala denotaron que gran parte de la gente sabía quien había sido ese médico rural que llegó a ser presidente de la Nación. Pero afuera me di cuenta que muchos jóvenes desconocían la dimensión ética de aquél hombre sencillo y patriota. Y les prometí que hoy, en esta columna les iba a contar algo de lo que fue esa leyenda republicana.

Llegó a la presidencia en 1963, el mismo año en que el mundo se conmovía por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y lloraba la muerte del Papa Bueno, Juan XXIII.

Tal vez no fue una casualidad. El mismo día que murió Juan XXIII nació Illia como un presidente bueno. Hoy todos los colocan en el altar de los próceres de la democracia.



Le doy apenas alguna cifras para tomar dimensión de lo que fue su gobierno. El Producto Bruto Interno (PBI) en 1964 creció el 10,3% y en 1965 el 9,1%. “Tasas chinas”, diríamos ahora. En los dos años anteriores, el país no había crecido, había tenido números negativos. Ese año la desocupación era del 6,1%. Asumió con 23 millones de dólares de reservas en el Banco Central y cuando se fue había 363. Parece de otro planeta. Pero quiero ser lo mas riguroso posible con la historia. Argentina tampoco era un paraíso. El gobierno tenía una gran debilidad de origen. Había asumido aquel 12 de octubre de 1963 solamente con el 25,2% de los votos y en elecciones donde el peronismo estuvo proscripto. Le doy un dato mas: el voto en blanco rozó el 20% y por lo tanto el radicalismo no tuvo mayoría en el Congreso. Tampoco hay que olvidar el encarnizado plan del lucha que el Lobo Vandor y el sindicalismo peronista le hizo para debilitarlo sin piedad. Por supuesto que el gobierno también tenía errores como todos los gobiernos. Pero la gran verdad es que Illia fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores. Por su historica honradez, por la autonomía frente a los poderosos de adentro y de afuera. Tuvo el coraje de meter el bisturí en los dos negocios que incluso hoy mas facturan en el planeta: los medicamentos y el petróleo. Nunca le perdonaron tanta independencia. Por eso le hicieron la cruz y le apuntaron los cañones. Por eso digo que a Illia lo voltearon los militares fascistas como Onganía que defendían los intereses económicos de los monopolios extranjeros. El lo dijo con toda claridad: a mi me derrocaron las 20 manzanas que rodean a la casa de gobierno.

Nunca más un presidente en nuestro país volvió a viajar en subte o a tomar café en los bolichones. Nunca mas un presidente hizo lo que el hizo con los fondos reservados: no los tocó. Nació en Pergamino pero se encariñó con Cruz del Eje donde ejerció su vocación de arte de curar personas con la medicina y de curar sociedades con la política. Allí conoció a don González el padre de Marito, es decir de Jairo. Atendió a los humildes y peleó por la libertad y la justicia para todos.


A Don Arturo Humberto Illia lo vamos a extrañar por el resto de nuestros días. Porque hacía sin robar. Porque se fue del gobierno mucho mas pobre de lo que entró y eso que entró pobre. Su modesta casa y el consultorio fueron donaciones de los vecinos y en los últimos días de su vida atendía en la panadería de un amigo. Fue la ética sentada en el sillón de Rivadavia. Yo tenía 11 años cuando los golpistas lo arrancaron de la casa de gobierno. Mi padre que lo había votado y lo admiraba profundamente se agarró la cabeza y me dijo: - Pobre de nosotros los argentinos. Todavía no sabemos los dramas que nos esperan.

General D. Juan José Viamonte

General D. Juan José Viamonte 

Nació en Buenos Aires el 9 de febrero de 1774 ,descendiente de una notable familia en la carrera militar, ingresó como cadete en 1785 en el Regimiento de Infantería de Buenos Aires.
Prestó servicios como comandante de la Guardia de la Frontera en la campaña contra los portugueses en la Banda oriental hasta 1803.
Durante las primeras invasiones inglesas de 1806 era teniente del Regimiento de infantería de Buenos Aires. Cuando la capital fue tomada el 27 de junio, D. Pascual Ruiz Huidobro destinó parte de la guarnición para su reconquista y puso al frente de la tropa al Gral. Liniers, quien eligió para primer ayudante al teniente Viamonte, que se distinguió sobre todo en la toma del Parque del Retiro el día 1º de agosto.
El virrey marqués de Sobremonte le entregó en noviembre de ese mismo año una medalla conmemorativa.
Durante la segunda invasión llevada a cabo por las tropas inglesas al año siguiente, se le confirió el mando de un tren de artillería volante, con el que operó el día 19 de enero en El Buceo, y aunque la guarnición fue abandonada por las tropas, sostuvo el fuego durante mucho tiempo y la guarnición fue salvada gracias a su valor y pericia; luego de esto pasó a la capital, en donde a instancias del comandante y de los oficiales del Cuerpo de Patricios se le confirió la sargentía mayor del regimiento, que estaba vacante por renuncia de su propietario D. Manuel Belgrano (16-mar-1807).
Desde entonces puso todo su empeño en la organización y disciplina de los Patricios, siendo compensados sus afanes por la gloria que les cupo en las jornadas de los días 2, 3 y 4 de julio.
Los ingleses resolvieron atacar Buenos Aires y el 28 de junio desembarcaron en la Ensenada, desde donde emprendieron la marcha hacia la capital. Pese a que Liniers salió a su encuentro, no quedó más recurso que entrar en la ciudad y organizar su defensa.
Los Patricios fueron distribuidos en los puntos de mayor riesgo y todos, sin excepción, se cubrieron de gloria, particularmente en su propio cuartel que era el Colegio de San Carlos, en donde 200 hombres al mando del mayor Viamonte consiguieron derrotar una columna que se dirigía por la calle del Correo (hoy Perú) a la gran Plaza, siendo trofeo de la acción un cañón arrebatado al enemigo.
El mismo día a las 11 de la mañana, rendía Viamonte una fuerza que al mando del Tte. Coronel Cadogan se había apoderado de la casa de la Virreyna (Vda. de Pino).
El 3 de abril de 1808 fue nombrado capitán graduado de infantería, sirviendo siempre como sargento mayor de la Legión Patricia, cargo que desempeñó hasta el 5 de enero de 1809, en que a consecuencia del movimiento del 1º de enero de ese año -causado por los criollos y los españoles que divididos se disputaban la supremacía, y que dio como resultado el triunfo de los primeros- obtuvo el grado de Tte. Coronel de Infantería de Ejército.
Cuando se le ofreció la jefatura de la revolución que tendría lugar el 25 de mayo de 1810, Viamonte declinó esta en Saavedra por lealtad a su jefe, aunque tomó importante partido en la revolución, decidiéndose ésta la noche del 24 en su casa.
El 22 de mayo de 1810 el Cabildo convocó "la más principal y más sana parte del vecindario" para expresar la voluntad del pueblo y acordar las medidas más oportunas para asegurar la suerte del país. El voto de Viamonte en esta ocasión fue "que debía cesar el virrey y reasumir la autoridad el Cabildo como representante del pueblo".
El 25 de mayo se alcanzó por fin el soñado ideal y se constituyó una junta de siete miembros, con la condición de que en el término de quince días prepararían una expedición para las provincias del interior.
Fue promovido a Coronel el 3 de noviembre de 1810, y al mando del regimiento nº 6 del Perú fue designado, el día 15 de ese mismo mes, segundo jefe del Ejército del Norte.
Tras el desastre de Huaqui, fue llamado a Buenos Aires para rendir cuentas de su derrota; después de un proceso célebre que se prolongó durante dos años, se dictaminó la inocencia de Viamonte.
El 31 de diciembre de 1813 fue nombrado Mayor General del Ejército de Buenos Aires.
En 1814 se lo designó Gobernador Intendente de Entre Ríos. Tras su destacada actitud en esta provincia, se determinó el Cabildo a promoverlo al grado de Coronel Mayor, y a obsequiarle un sable en cuya hoja se inscribieron las causas que dieron mérito a esa resolución (24 de abril de 1815) y cuya manufactura fue encargada en Londres.
Marchó luego a Santa Fe como General en Jefe de las tropas de observación. las fuerzas de Artigas invadieron la provincia y apresaron a Viamonte, que permaneció más de un año prisionero de las tropas orientales de Artigas en el campamento de la Purificación.
Recuperada su libertad, integró en Buenos Aires la Junta de Notables reunida por Pueyrredón en 1818, opinando que el Gral. San Martín debía venir a Buenos Aires para auxiliar al Directorio.
El 19 de mayo de 1818 fue nombrado diputado al Congreso de Buenos Aires, pero debió interrumpir esta tarea ya que se le encomendó el mando de la segunda expedición sobre la provincia de Santa Fe.
Ya en Santa Fe, y después de su destacada actuación en esta provincia, logró firmar el armisticio de Santo Tomé el 7 de abril de 1819, que al ser ratificado por el tratado de San Lorenzo, constituyó el primer pacto interprovincial argentino.
De regreso a Buenos Aires, se reintegró a sus tareas legislativas en un momento en que se trataba el proyecto de Constitución. Viamonte suscribió el texto unitario. El 3 de agosto de ese año fue elegido Presidente del Congreso, pero fracasada la Constitución la asamblea quedó disuelta.
Fue en 1820, cuando el país se vio sorprendido por la anarquía, cuando Viamonte emigró a Montevideo.
A fines de 1820, a su vuelta de Montevideo, volvió a asumir la jefatura de las tropas de la Legión Patricia.
El 14 de mayo de 1821, fue designado Gobernador y Capitán General sustituto, desempeñando este cargo hasta el 6 de junio de ese mismo año, en que regresó el titular.
En 1822 pidió su retiro militar, ya que se hallaba enfermo de tuberculosis, enfermedad que había contraído en la campaña del Alto Perú. En esa época se dedicó a las tareas rurales, adquiriendo una estancia en San Vicente, que pobló con 2000 cabezas de ganado.
Hombre de profundas convicciones jurídicas -como lo demostró en las memorables defensas de los coroneles Benito Rolón y Celestino Vidal, tras la revolución de Tagle de 1823- el 29 de abril de 1824 fue elegido, por tercera vez, diputado por la Ciudad de Buenos Aires. Ese mismo año, por pedido propio, se le concedió el relevo del mando de los Regimientos Patricios.
El 23 de diciembre de 1826 se lo designó para integrar un consejo constituido por el presidente Rivadavia, y que tenía por fin activar las operaciones de la guerra contra el Brasil.
Cuando cayó la presidencia de Rivadavia, Viamonte fue elegido nuevamente representante de la provincia el 22 de julio de 1827, durante la administración de Dorrego. Desde su banca de diputado, propició el reconocimiento de la independencia boliviana. Fue, además, Consejero de estado en el precario gobierno de Lavalle.
Dando un salto en el tiempo, podremos decir que la Convención de Barracas, entre otras muchas cosas, estipulaba la entrega del gobierno a Viamonte; este tratado fue firmado el 24 de agosto de 1829, por lo que la entrega del gobierno se produjo cerca de esa fecha.
La misión del Gobernador Viamonte fue, sin duda, una misión de paz, aunque ésta fuera trabada por Rosas. Debido a las trabas que el tirano impuso a Viamonte, renunció a su alto puesto el 6 de diciembre de 1829.
Durante este período gubernativo de Viamonte, se dirigió a S.S. San Pío VII para pedirle que designara un obispo para la diócesis de Buenos Aires, ya que estaba vacante desde hacía diecisiete años. Fue la primera vez que un gobierno argentino se dirigía al papado de forma oficial.
Nuevamente fue elegido diputado por la provincia el 28 de abril de 1830 y el 9 de mayo de 1831, pero renunció a su representación el 14 de mayo de 1832.
En los comicios del 16 de junio de 1833, Viamonte obtuvo la mayoría de los sufragios, pero la actitud del gobierno de Balcarce despojó del escaño que le correspondía al general y a otros elegidos.
Fue nombrado, nuevamente, gobernador de Buenos Aires, en reemplazo de Balcarce, que había sido derrocado por el movimiento del 11 de octubre, el 14 de noviembre de 1833.
La obra de este segundo gobierno se vió trabada intensamente por Rosas y sus secuaces, debido a esto, Viamonte se vio obligado a dimitir el 1º de octubre de 1834.
Su administración ha sido apreciada y aplaudida por los historiadores.
En 1840, pensando que su vida estaba en peligro, emigró a Montevideo. Poco después, su hijo Avelino fue cobardemente asesinado y pasado a cuchillo por orden del traidor Rosas. Este suceso, agregado a la muerte de su hijo Juan José, muerto de tuberculosis en el Brasil, le apenaron tanto que murió el 31 de marzo de 1843.
Sus restos fueron repatriados el 28 de abril de 1881 por la cañonera argentina "Paraná", permaneciendo ese día todas las banderas de los edificios públicas del país y de los buques de guerra a media asta.
Fue enterrado en el cementerio de la Recoleta, en la bóveda de la familia Sánchez Viamonte, al lado de su colega militar y consuegro, el coronel Modesto A. Sánchez.
Junto a su tumba se puso una placa de bronce conmemorativa, cuyo texto reproducimos:
"El general Juan José Viamonte defensor de Buenos Aires contra la conquista extranjera en 1807; uno de los iniciadores de la revolución de 1810; y campeón de la libertad de Sud América.
Llamado para salvar el Estado a regirlo dos veces; ejerció, la autoridad suprema con la virtud de que dió ejemplo amable a su familia y a sus conciudadanos.
Muerto en el ostracismo, sus cenizas han sido restituidas al suelo natal con sumo honor.
La sociedad conmemoradora de la independencia, al padre de la patria consagra en su sepulcro este perpetuo testimonio. 1881."
Es indispensable conservar en los pueblos libres el recuerdo de los grandes hombres, y el General Viamonte, con notoria injusticia, hasta ahora no vive en la tradición popular. Y es sin embargo uno de los hombres que más servicios ha prestado al país, no solo en la guerra de la Independencia, donde derramó su sangre y expuso su vida, sino en la organización de la nacionalidad argentina y constitución de su gobierno, atravesando por las mil pruebas de aquellos tiempos difíciles sin que su virtud acrisolada sufriera el más leve quebranto, cuando, envueltos en el torbellino de las pasiones y de los odios, muchos se hundieron en la vergüenza y la degradación.
Dr. Julio Sánchez Viamonte. 1881.

La historia que se enseña en las aulas escolares ha proscripto casi totalmente el nombre de Viamonte. No aparece o aparece desfigurada su actuación en acontecimientos en los que ocupa un lugar de protagonista principal. Por ejemplo: se calla que fue el organizador del Cuerpo de Patricios, cuyos oficiales lo "eligieron" para mayor e instructor de los tres batallones; casi nunca se le menciona al narrar las Invasiones Inglesas, en las que desempeñó un papel no superado por ningún otro criollo; se omite consignar que a Viamonte se le ofreció la jefatura de la Revolución de Mayo, como lo reconocen Juan José Castelli y Martín Rodríguez en sus Memorias; que la revolución se decidió en su domicilio, al llegar el coronel Saavedra llamado por Viamonte; se pasa por alto su meritoria actuación en la quebrada de Yuraicoragua (Huaqui); se atribuye a Pueyrredón el mérito, que a el corresponde, de haber salvado al ejército derrotado el 20 de junio de 1811 y entregado por Viamonte a Pueyrredón en Jujuy casi cuatro meses más tarde, ya rehecho, en su condición de jefe único nombrado por la Junta de Buenos Aires; se desconoce su abnegado esfuerzo para mantener el gobierno nacional en 1815; se califica peyorativamente su actuación como interventor militar de Santa Fe en 1815, en la que demostró un noble afán de mantener la unidad argentina e impedir el desmembramiento de las provincias del litoral; antes lo había hecho en Entre Ríos, en 1814, como gobernador de esa provincia; se olvida su carácter de precursor de los pactos interprovinciales como lo fue en 1819 al celebrar el armisticio de Santo Tomé (luego de San Lorenzo); se le ignora como eficaz constructor del Estado Federal argentino desde el gobierno de la provincia de Buenos Aires en los años 1829 y 1833; se olvida su obra de legislador; se prescinde de su defensa inicial de las islas Malvinas, que también le corresponde; se adulteran sus nobles esfuerzos por combatir la anarquía primero y luego la dictadura de Rosas, haciéndosele pasar por cómplice de ésta, lo que acaso sea la más estridente injusticia con que se le afecta.
Dr. Carlos Sánchez Viamonte. 1959.

Cuando la república vea peligrar su soberanía ante pretensiones extranjeras, cuando la injusticia se cebe en los hombres meritorios de la vida pública, cuando la anarquía levante su zarpa para confundir y trabar el desarrollo orgánico de la nación, cuando, en fin, la dictadura gestada en la ingenuidad aparente y patriótica de los poderes extraordinarios ensombrezca nuestra senda liberal, que los responsables de los destinos republicanos evoquen a Viamonte, civilista de espada al cinto y no militar de sable en mano, inspirándose en la obra fecunda del patricio que defendió la independencia política y principista rioplatense contra tres estados europeos, sintió el sabor acre de la derrota y la injusticia y el vaho embriagador del poder, apoyó el orden constitucional, afirmó la institucionalidad republicana, y supo retirarse a tiempo del gobierno, en dos oportunidades, como ejemplo democrático más frecuente de lo que se cree en nuestra historia política, labrando, en definitiva, el ideal supremo de la libertad, fuente perdurable de la civilización.
Armando Alonso Piñeiro. 1959.

Creo; señores, que si posible fuera que el espíritu sano y vigoroso del ilustre patriota, jefe de los cívicos de la capital de la República, reanimase el polvo de sus miembros, le veríamos levantar la mano que blandió la espada en la frontera contra los indios, en la plaza contra el conquistador osado, en el Perú contra los opresores de la América y tantas veces contra la anarquía, para bendecir la obra terminada, a la que consagró cuarenta años de su vida, sin que faltase al lustre de sus servicios el martirio del ostracismo.
Pienso que le veríamos mover sus labios para aconsejarnos la moderación, la generaosidad de sentimientos de que hizo virtuosa profesión y que tanto ennoblece, la unión que robustece al poder de la nación; pienso que formularía el voto que todos podemos hacer sobre su tumba: que nos sea dado tributar homenaje a la inmortal memoria de nuestros héroes, sin un proscripto, en unión y libertad, conservando incólume el suelo de la patria que esos héroes hicieron libre e independiente.
Dr. Benjamín Victorica. 1881.

No conmemoraré en este momento los hechos ilustres de un militar que desde el Plata hasta el antiguo Imperio del Sol, recorrió la jornada del honor y frecuentemente de la victoria. El secreto de su destino estaba en su valor, en su virtud y en su adoración de la libertad e independencia de la América.
Tuvo la envidiable felicidad de verlas aseguradas para siempre, y en parte por sus propios esfuerzos.
Carlos Guido y Spano. 1881.

Inclinémonos con respeto. El ha sido uno de los más distinguidos campeones de la gran causa americana.
Dedicado a la carrera militar desde sus primeros años, siempre se distinguió por su indomable valor y la inquebrantable rectitud de su caracter.
No ha cesado de prestar sus servicios al país, ya como militar en cien campañas, ya como representante del pueblo, que siempre depositó en el su confianza, o ya, por fin, en el gobierno que asumió por tres veces en la provincia de Buenos Aires y una en la de Entre Ríos, en esos tiempos en que el ejercicio del poder no proporcionaba otra cosa que sinsabores y disgustos, preñados como estaban de tempestad los horizontes.
Luis Mª Drago. 1881.

¡El fue de los que concibieron, fundaron y defendieron en la cuna esta nacionalidad argentina que nos cuesta tantas lágrimas y nos infunde tantas esperanzas!
Cuando amaneció el 25 de mayo de 1810, ya Viamonte era conocido por su arrojo y decisión, probados en las invasiones inglesas: había sido también miembro distinguido del grupo revolucionario que incubaba en casa de Vieytes o de Peña, la emancipación de las provincias del Plata; fue, pues, de derecho uno de los primeros jefes del primer ejército patriota.
Oh! la patria podía contar con él: jamás se dudó de su lealtad, rectitud y firmeza, cualidades que puso siempre al servicio de su país, sin ninguna ambición personal.
A veces, por el contrario, esas prendas de su noble carácter, haciéndolo necesario en las circunsancias más difíciles, le echaron encima cargas terribles que aceptó con abnegación.
El gobierno de Viamonte reglamentó el matrimonio de los no católicos, para asegurar en la práctica la libertad de cultos reconocida por los tratados; renovó severamente la prohibición del tráfico de esclavos, para cortar una corruptela introducida por el uso tolerado; abolió el pasaporte, esa servidumbre personal mediante la cual se convierte el país en una especie de cárcel, para realizar el principio que nuestra actual Constitución consigna, de que todos pueden transitar libremente por el territorio, con derecho a entrar o salir sin trabas.
Bastan esos hechos que cito de paso, para demostrar que el general Viamonte no era solo un guerrero valiente, sino que también era un ciudadano animado del santo amor a la libertad.
Por eso se atrajo la saña del caudillo inculto que había de llenarnos de oprobio ante las naciones del mundo.
Viamonte cayó, pues, y con él cayó el partido federal, de luto por la muerte de su jefe el malogrado Dorrego y astutamente desorganizado por Rosas; y con la caída del partido federal, la última esperanza de la patria se hundió en el crepúsculo pavoroso de una noche de veinte años.
Dr. José N. Matienzo. 1881.

El amor a la patria, un espíritu recto, valor austero, palabra benévola, fueron las cualidades que distinguían al general don Juan José Viamonte. Tal es, en compendio, la obra del general Viamonte, que ajeno a las seducciones del oro y de la ambición, sirvió a la patria con entero desprendimiento, sin que decayera esa abnegación, ni en los campamentos, ni en las altas esferas del gobierno, ni en las horas angustiosas del ostracismo, donde por fin halló la muerte que ansiaba el viejo peregrino, como un consuelo supremo a su amargura, desde que ya no existían los seres que más había amado y agonizaba la libertad porque había combatido durante su laboriosa carrera.
Pero esos títulos aumentan la veneración a su nombre, a través de los tiempos, como la expresión más pura de la independencia argentina, y harán que si esta peligra en el futuro sea él uno de los eslabones simpáticos que acerque y reconcilie a los partidos políticos, que en las democracias nivelan el ejercicio del poder.
Dr. Ángel J. Carranza. 1881.

JUAN RAMON BALCARCE

Nació en Buenos Aires el 16 de marzo de 1773 y comenzó su carrea militar a los 16 años, como cadete del cuerpo de blandengues que mandaba su padre, el teniente coronel Francisco Balcarce. Fue hermano de varios guerreros de la Independencia. Fue su madre doña María Victoria Martínez Fontes.

En tiempos del virrey Melo cooperó en la expedición científica efectuada por don Félix de Alzaga, y en 1801 hizo la campaña contra los portugueses.

Cuando se produjo la primera invasión inglesa se hallaba en Tucumán, de comandante general de Armas, y organizó una división para la Reconquista, que movió hasta Córdoba. Para la segunda invasión bajó a Buenos Aires con 200 jóvenes voluntarios, que fueron incorporados al regimiento de Arribeños.

En 1808 fue nombrado sargento mayor del primer escuadrón de Húsares que comandaba el coronel Martín Rodriguez.

En 1810 tuvo activa participación en los sucesos de Mayo y a partir del año siguiente desempeñó importantes misiones en el Alto Perú. Su actuación como militar se destacada como jefe de la vanguardia de Be1grano. Después de la batalla de Tucumán, donde alcanzó el grado de coronel, se separó del ejército para ocupar la representación de Tucumán ante la Asamblea General Constituyente reunida en Buenos Aires. Balcarce era saavedrista como tal habla actuado en el movimiento de abril de 1811.

En 1814 fue designado comandante general de Milicias de la campaña, y dos años después, ascendido a coronel mayor. Estuvo en el cargo hasta 1818, año en que fue designado gobernador intendente de Buenos Aires. En 1819 se desempeñó como segundo jefe de la división que Buenos Aires envió contra los pueblos artiguistas, y el 10 de febrero de 1820 peleó en Cepeda contra los federales. Salvó la infantería en esta derrota y realizó una retirada hasta San Nicolás. El 6 de marzo reemplazó a Sarratea en el gobierno, hasta el 11 del mismo mes.

Después de permanecer tres años retirado a la vida privada volvió a la función pública como representante de Buenos Aires ante el Congreso General Constituyente de 1824. Posteriormente, el gobernador Dorrego lo designó ministro de Guerra y Marina, y luego lo envió a la corte del Brasil junto con Tomás Guido , como ministro plenipotenciario para concertar la convención preliminar de paz. Derrocado Manuel Dorrego, Balcarce buscó asilo en Montevideo, donde permaneció hasta la caída de Lavalle.


Al ser nombrado Rosas al 1° Gobierno, en 1829, ocupó el ministerio de Guerra y Marina (9 de diciembre hasta el 22 de setiembre de 1830 y 10 de enero de 1832 hasta el 12 de diciembre del mismo año).

Representaba Balcarce una tendencia conciliadora, bien vista por los capitalistas y especialmente por el núcleo federal que luego se conocería bajo el nombre de los lomos negros. Durante su ministerio, debió salir a campaña contra las fuerzas unitarias que comandaba el general Paz; junto con Estanislao López, entró en Córdoba al frente del ejército federal de Buenos Aires, el 11 de junio de 1831.

Rosas terminó su mandato el 5 de diciembre de 1832, y no obstante haber sido reelecto tres veces, no aceptó el nombramiento para un nuevo período; fue designado entonces Balcarce, quien gobernó desde el 17 de diciembre de 1832 hasta el 3 de noviembre de 1833, fecha en que fue exonerado por la Legislatura bonaerense. En el curso de su gestión tuvo influencia primordial el grupo de los lomos negros (enemigos de don Juan Manuel), que proyectó una Constitución favorable al sistema liberal, en la cual se prohibían los poderes extraordinarios al titular del gobierno. Se aceleró entonces la lucha entre los federales apostólicos, partidarios de Rosas, y los cismáticos; y el 11 de octubre de 1833 estalló la Revolución de los Restauradores, preparada por doña Encarnación Ezcurra y los federales duros. A la cabeza del ejército rosista actuó el general Agustín de Pinedo, que contó con el apoyo de milicias populares.

Balcarce se refugió en Concepción del Uruguay (Entre Ríos), y allí murió el 12 de diciembre de 1836.

Sus restos fueron traídos a Buenos Aires, con licencia de Rosas, y sepultados en la Recoleta.