jueves, 5 de enero de 2012

Uno de nuestros héroes civiles del siglo XX: el doctor Ramón Carrillo

Manuel Belgrano sostenía, ya en su época: “Honrar la virtud cívica es educar a los pueblos”. ¿Qué quería decir con esto ? Claramente, que era responsabilidad del gobernante exaltar las conductas paradigmáticas, para establecer los modelos sociales a los que el resto de los ciudadanos pudiera anhelar parecerse.

Todo un ejemplo paradigmático es, en el campo de las ciencias médicas, uno de nuestros héroes civiles del siglo XX: el doctor Ramón Carrillo. Pero el revisionismo de pacotilla pretende, aún en nuestros días, desmadejar su figura. No es sencillo hacerlo cuando se trata de un hombre de esa escala, como humanista, científico, funcionario y docente.
¿Cómo evocar hoy la polifacética, riquísima personalidad de Ramón Carrillo? Santiagueño de alma, fue una inteligencia descollante puesta durante toda su vida al servicio de sus compatriotas, particularmente los más carenciados, los más sufrientes. Nacido en 1906 en el seno de una familia afincada en Santiago un siglo antes, heredó de su madre el fervor por la fe católica y de su padre el ideario radical. No mucho más tenía para heredar. Con grandes esfuerzos vino a estudiar a Buenos Aires donde, brillantísimo alumno, recibió su diploma de médico con honores y medalla de oro. Carrillo fue un maestro de la neurocirugía argentina, reconocido y valorado en el mundo por su talento y su inagotable búsqueda científica. Podría haber tenido fama, éxito y dinero en el ejercicio privado de su profesión, pero eligió otra cosa.
En 1944 dirige el Instituto Nacional de Neurocirugía y crea, organiza y preside la Escuela de Postgrado de la Facultad de Medicina de la UBA, con orientación a la medicina social y preventiva. Valorando el aporte de la Historia a todas las ramas de la ciencia, funda la Sociedad Argentina de Historia de la Medicina.
El flamante gobierno de Perón le ofreció, en 1946, el ministerio de Educación. Declinó el ofrecimiento, pero propuso la creación del ministerio de Salud Pública, cuyo único antecedente era, a la fecha, el Departamento Nacional de Higiene. Allí fue designado, para luego asumir la secretaría de Salud Pública, el 1° de junio de 1946, al ser creada ésta sobre la base del antiguo Departamento Nacional. Finalmente, al crearse por ley el ministerio de Salud Pública de la Nación, en 1949, Carrillo se transforma en el primer ministro en la historia de esa cartera.
Abrazó la causa de la salud pública con fervor. Se dieron en ese tiempo transformaciones colosales, que permiten asegurar que casi toda la infraestructura de salud con la que el país cuenta hoy se debe a esa gestión, realizada en conjunto con la Fundación Eva Perón: en sólo ocho años, se construyeron 4229 establecimientos sanitarios en todo el país. Esto amplió la capacidad hospitalaria en 130.180 camas. Jamás antes ni después la salud pública argentina recibió un impulso de esta magnitud.
La tasa de mortalidad infantil disminuyó claramente y la esperanza de vida al nacer aumentó de 61,7 años promedio a 66,5 en menos de una década. En 1947, inaugura el Instituto de Medicina Preventiva y su gestión edita el Plan Analítico de Salud Pública de la Nación. En 1949, publica su obra Política Sanitaria Argentina, considerada –junto con Teoría del Hospital (1953)– un tratado de consulta, aún hoy, en todo el mundo.
Impulsó y creó la especialización de médicos higienistas, hoy sanitaristas. Innovador, crea en 1948 los centros de salud, e inaugura los primeros 50. Decía entonces: “El centro sanitario es un conjunto de consultorios polivalentes, con servicio social, visitadoras sanitarias y bioestadística, para captación de enfermos, reconocimiento de sanos y tratamientos ambulatorios, en tanto que la Ciudad Hospitalaria funciona siempre en correlación con uno o más centros sanitarios”.
Se erradicó por completo el paludismo y enfermedades como sífilis y tuberculosis disminuyeron a niveles equiparables a países más desarrollados. Los argentinos debemos saber que el Servicio Nacional de Salud británico, considerado ejemplo de un sistema universal y público, data de 1949. Ya para entonces el sistema público de salud argentino superaba al británico, tanto en recursos aplicados como en resultados obtenidos.
Frente a quienes lo negaban y aún hoy lo niegan, escribió con amargura: “Si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre el esfuerzo donde dejé mi vida”. Aspiramos a que, en la necesaria restauración de los paradigmas que tanto necesita nuestra querida Argentina al comienzo del siglo XXI, los miles de jóvenes que abrazan cada año la vocación por la medicina quieran seguir su ejemplo. Carrillo nunca postuló al Premio Nobel de Medicina, pero por su obra gigantesca y la dimensión de su humanismo ilimitado, está merecidamente en el nivel de nuestros Nóbeles. El doctor Ramón Carrillo recibe hoy, a cien años de su nacimiento y cincuenta de su muerte, el reconocimiento emocionado de sus conciudadanos.

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