lunes, 30 de abril de 2012

1° de mayo - Día del trabajador

Mayo es un mes marcado por una historia, una tradición de lucha que arrancó un primero de mayo de 1886 allá en Chicago, cuando un grupo de trabajadores organizó una movilización popular en reclamo de la jornada de ocho horas en una época en que lo “natural” era trabajar entre 12 y 16 horas por día.
 La mayor democracia del mundo respondió brutalmente y, fraguando un atentado, encarceló a un grupo de militantes populares en los que intentó escarmentar a toda la clase trabajadora de los Estados Unidos y por qué no, de todo el mundo. Tras un proceso plagado de irregularidades, fueron detenidos los dirigentes anarquistas Adolph Fisher, Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab, Samuel Fielden y Oscar Neebe. Los cuatro primeros fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887. Lingg prefirió suicidarse con una bomba que él mismo había preparado en la cárcel antes de padecer la “justicia del sistema”. Miguel Schwab y Samuel Fielden fueron condenados a prisión perpetua y Oscar Neebe a 15 años cárcel. Miguel Schawb dijo al escuchar su condena que reconocía a aquel tribunal ninguna autoridad y que su lucha y la de sus compañeros era de una justicia tan evidente que no había nada que demostrar y que ellos luchaban por las 8 horas de trabajo pero que: “Cuatro horas de trabajo por día serían suficientes para producir todo lo necesario para una vida confortable, con arreglo a las estadísticas. Sobraría, pues, tiempo para dedicarse a las ciencias y el arte". Porque, claro, las ciencias y el arte deben ser para todos. Pasaron 109 años de aquellos crímenes de Chicago y pasó mucha agua y mucha sangre bajo el puente. Los obreros de todo el mundo eligieron el primero de mayo como jornada de lucha, de recuerdo de sus compañeros y de lucha por sus derechos, de ratificación de su condición de ciudadanos libres, con plenos derechos, según decían las propias constituciones burguesas que regían la mayoría de los Estados modernos. En nuestro país cada primero de mayo nuestros trabajadores tomaron las calles desafiando al poder, recordándole que existían y que no se resignarían a ser una parte del engranaje productivo. La lucha logró la reducción de la jornada laboral, las leyes sociales y la dignificación del trabajador. El poder se sintió afectado y en cada contraofensiva cívico-militar como las del 55; 62; 66; 76 y 89 (esta vez a través del voto), pretendieron y en ocasiones lo lograron, arrasar con las históricas conquistas del movimiento obrero. Persecuciones salvajes, secuestros, torturas y desapariciones, durante los gobiernos golpistas, amenazas de despidos, rebajas salariales, precarización laboral y la complicidad de algunos dirigentes sindicales, son en los últimos años las armas del poder para mantener y aumentar su tasa de ganancia a costa del sudor ajeno. Un incendio, un “accidente” en un taller textil puso a la vista de una sociedad que tiene una cierta tendencia a la mirada para otro lado: hay esclavos en el siglo XXI, y los hay acá, en Argentina. Trabajadores esclavos, sin derechos pero con muchas obligaciones. El capitalismo salvaje, para algunos una redundancia, nos extorsiona: quieren ropa más barata, éste es el precio. La realidad es otra, márgenes de ganancia escandalosos, avaricia sin límites, un Estado que hace la vista gorda, pero sobre todo la pérdida de valores básicos como la solidaridad, abonada en los 90, épocas hasta donde las leyes que protegían a los trabajadores se volvían  tan “flexibles” como inflexibles se volvían las leyes que garantizaban el enriquecimiento ilícito de los funcionarios a los que se les pagaba sueldos y sobresueldos con la excusa de defender los derechos de los ciudadanos e inflexibles se volvían las seguridades jurídicas que, como sabemos, sólo son para los dueños del poder y las cosas. La esclavitud debe dolernos a todos, debemos volver a aquel humanismo que supimos conseguir, a dolernos y solidarizarnos con los más desprotegidos, aquel humanismo que proclamaba el Libertador San Martín cuando abolía la esclavitud en el Perú un 12 de agosto de 1821: “Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy mirada como un efecto permutable, y sujeto a los cálculos de un tráfico criminal: los hombres han comprado a los hombres, y no se han avergonzado de degradar la familia a la que pertenecen vendiéndose unos a otros. Las instituciones de los pueblos bárbaros han establecido el derecho de propiedad en contravención al más augusto que la naturaleza ha concedido.”

domingo, 22 de abril de 2012

EL CEIN DE RINDIO HOMENAJE A CARLOS AMADO


CARLOS AMADO

Con un excelente marco de público congregado en el Show de Tango y Milonga de  la Sociedad de Fomento del Berrio de La Falda, organizado por París Senesi y su gente, el Centro de Estudios de los Intereses Nacionales entregó anoche de manos de José Valle (Sec. De Relaciones Institucionales de dicha entidad) un reconocimiento “in memoriam” al bandoneonista Carlos Amado, recibido por su hijo.
El CEIN hubiera querido entregar el mencionado reconocimiento en vida del músico, pero cuestiones de la vida y caprichos del tiempo jugaron en contra. Carlos Antonio Amado entonces, recibió con emoción la distinción que reconoce la trayectoria de su padre.
En el mismo evento París Senesi y la Secretaria de la Sociedad de Fomento Alicia Martínez, agradecieron la enorme convocatoria de la noche y anunciaron las próximas actividades de la institución que los días 07, 08 y 09 de mayo contemplará una nueva exposición de su colección de cuadros sobre la vida de Eva Perón en el Hall Municipal.
GABY "la voz sensual del tango"
La velada tuvo el toque de elegancia de Rubén Cordi en la presentación que luego, junto a Alejandra Ober y sus alumnos, plasmaron sobre la pista sus conocimientos de baile al ritmo del 2x4. El público también pudo disfrutar de sorteos y el talento de dos cantantes bahienses: Gaby “La Voz Sensual del Tango” y Julio Buznego.

Frondizi ya entró en la historia por Carlos Zaffore



Entrar en la historia no es un hecho mecánico. Una figura política no lo logra sólo porque fallece y ha realizado tales y cuales obras. Se entra en la historia por una compleja trama tanto de elementos objetivos como de imágenes y deseos colectivos.


Tenemos el caso del ex presidente Arturo Frondizi, quien pese a pasar sus últimos años en una injusta soledad política, es motivo de una notable revalorización, quizá porque la sociedad proyecta su deseo de tener hoy políticos como Frondizi, con ética y capacidad de anticipar el futuro y unir a la Nación.


Como todos los que entran en la historia, Frondizi participa de un imaginario que no siempre responde a lo que fue. Suele ser citado y encomiado por personas que proponiéndoselo o no transmiten la idea de que entre ellos y Frondizi existe una identidad ideológica y política que puede no ser real; y se abre, por tanto, la necesidad historiográfica de buscar precisión y evitar confusiones porque el valor de la historia es iluminar presente y porvenir.


Por eso me parece interesante esclarecer la posición de Frondizi en el campo económico. Superó las ideas estatistas y populistas que habían impedido el desarrollo del país y fue notable, aunque no único, el caso del petróleo: su gobierno en tres años triplicó la producción e hizo lo que el estatismo no había conseguido en 50 años. Para ello convocó a compañías privadas, pero no privatizó a YPF sino que la fortaleció y las compañías eran contratistas de la empresa estatal.


Es un punto central porque el razonamiento convencional puede concluir que si no se es estatista se es neoliberal. Sin embargo, es allí donde el pensamiento y la experiencia de Frondizi tiene una gran fertilidad porque señala otro camino, el camino desarrollista.


Frondizi promovió las inversiones privadas, no preconizaba un Estado empresario sino en circunstancias excepcionales y comprendía que el funcionamiento del mercado no podía torcerse con voluntarismo dirigista. Pero estaba muy lejos de la noción de Estado de los neoliberales. Consideraba —y lo demostró con éxito— que sin violentar el mercado, la política económica puede planificar y orientar, mediante el impuesto, el crédito, el arancel de protección, las inversiones y el proceso de redistribución.


En su campaña electoral difundió un eslogan que ejecutó en el Gobierno: carne más petróleo igual a acero. Las divisas de la exportación de carne y las que ahorraría el autoabastecimiento de petróleo pagarían la industrialización, y allí se definían algunas prioridades hacia las que se orientaría la acción del Estado.


Para la política de desarrollo, que Frondizi elaboró con Rogelio Frigerio, la prioridad entre "caramelo o acero" no la decide el mercado. Hoy en lugar de acero podríamos decir biotecnología o informática.


La teoría de desarrollo en sí es incompatible con el planteo neoliberal. Desarrollo no es lo mismo que crecimiento; éste es un concepto cuantitativo mientras que el desarrollo supone un cambio de calidad en la economía. El funcionamiento del mercado puede generar una fase de creci miento como en la primera mitad de los noventa y ahora, pero el desarrollo no puede ser fruto espontáneo del mercado porque requiere establecer prioridades y acciones del Estado para lograr que determinados sectores productivos que están rezagados o no son competitivos pasen a serlo.


Pero hay más, Frondizi no creía en la teoría neoliberal del derrame, según la cual el mercado hará que la riqueza llegue a toda la sociedad. El mercado con Estado ausente genera concentración y desigualdad. Frondizi, a poco de asumir el gobierno y antes de liberar el mercado cambiario y sincerar las tarifas de los servicios públicos —necesarias para el proceso de inversión—, dispuso una fuerte actualización de los salarios. Y también una de sus medidas fue restaurar la organización sindical que había sido destruida por el gobierno de facto de 1955; pese a que la maledicencia opositora consideró un favor al peronismo, tenía la finalidad de establecer contrapesos y equilibrios sociales frente al vigoroso proceso de inversiones y expansión que se lanzaba.


Esta nota, que al menos tiene valor testimonial por un trabajo cotidiano del autor con el doctor Frondizi durante casi un cuarto de siglo, aspira a motivar el interés de los historiadores. La Argentina necesita mirar su historia para construir el futuro.


jueves, 19 de abril de 2012

Orígenes de la Masonería Argentina

Viajeros, comerciantes, militares, intelectuales procedentes de Inglaterra, España, Francia y Portugal, difundieron las logias en América del Sur. En Buenos Aires, las primeras noticias de la hermandad se remontan a fines del siglo XVIII. La primera logia en territorio argentino fue la "Logia Independencia", con protocolos de autorización otorgados por la Gran Logia General Escocesa de Francia. Dicha autorización data aproximadamente de 1795 y su sola denominación acusaba en sus integrantes una concepción autonomista para las tierras americanas. 

Según refirió Francisco Guilló en su libro Episodios patrios, la logia funcionaba en un semiarruinado caserón, donde tiempo atrás el presbítero Juan Gutierrez Gonzalez y Aragón había levantado la Capilla de San Miguel, que posteriormente fue abandonada ante las dificultades que los grandes zanjones oponían para que los feligreses pudieran llegar a ella durante y después de las lluvias.

Por lo que toca a la "Logia Independencia", con ese nombre apareció otra logia, presidida por Julián B. Alvarez, en 1810, y es probable que no haya tenido continuidad con la homónima anterior. Esta logia dirigida por Alvarez es la que suministró los elementos básicos para la constitución de la Logia Lautaro, con la cual se inició el historial más importante de la masonería en la Emancipación. 

El historiador Juan Canter negó la existencia de la "Logia Independencia", pero el coronel inglés Santiago Florencio Burke masón confesó, conto que cuando se fue de Buenos Aires, en 1809, fueron a despedirlo "un número de las principales personas del lugar, mis viejos amigos de Independencia", refiriéndose indudablemente a la logia.

Lappas refutó a Canter sosteniendo que "contrariamente a las afirmaciones contundentes de eruditos historiadores, hemos podido comprobar como cierta la existencia en Buenos Aires de una Logia denominada "Independencia", fundada a fines del siglo XVIII y que obtuvo Carta Constitutiva de la Gran de Loge Generale Ecossaise de France, cuerpo este que fue absorbido el 8 de enero de 1805 por el Gran Oriente de Francia, quedando la antes mencionada Logia en libertad de acción sobre su futuro". 

Desde luego, existe en el tema masónico una enorme dificultad para lograr documentos y pruebas fehacientes. Esto es por la propia naturaleza de las sociedades cerradas o secretas, a lo que se suman las políticas represivas de particular violencia que se han empleado en su contra, al constituirse en baluarte de la revolución democrático-burguesa contra el absolutismo. 

Lo ha señalado el español Miguel Morayta quien, al escribir la primera historia sistemática de la masonería peninsular, decia: "La historia interna de la masoneria española no se ha escrito aún y seguramente no se escribirá nunca; faltan y faltaran siempre los documentos del caso necesario. Durante muchos años las logias no extendieron actas de sus tenidas, ni firmaron siquiera expedientes de iniciación, se hacia indispensable no dejar rastros de sus actos. ¿Cómo, sin existir archivos narrar las vicisitudes de la Orden? Más hacedero, si bien no del todo fácil, es historiar sus manifestaciones externas, sus actos públicos, es decir, sus trabajos intentados o cumplidos en el mundo profano".

Morayta sostuvo esta tésis después que la historiografía había comenzado a efectuar una severa crítica a la manía documentalista. Los documentos son importantes, pero mucho más lo es la facultad de comprensión del historiador. E1 eminente Leopoldo von Ranke lo explicó al señalar que la misión del historiador "no consiste tanto en reunir y acoplar hechos como en comprenderlos y explicarlos. La historia no es, como algunos piensan, obra de la memoria exclusivamente, sino que requiere ante todo agudeza y claridad de inteligencia. No lo pondrá en duda quien se de cuenta de cuan difícil es distinguir lo verdadero de lo falso y escoger entre muchas referencias la que pueda ser considerada como la mejor, o quien conozca aunque sólo sea de oídas aquella parte de la crítica que tiene su asiento en los aledaños de la histografía".

lunes, 9 de abril de 2012

General Juan Galo Lavalle, Héroe de 5 Naciones

El general Juan Galo Lavalle, héroe de las independecias de Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Uruguay. Militar mítico de valentía sin igual y político torpe, que llevado por la pasión de sus convicciones y influenciado por la elite porteña, desencadenó una sangrienta guerra civil en Argentina con el fusilamiento de Dorrego.
Desde los 14 años hasta su muerte (a los 44) su vida fue una permanente milicia. Juan Galo Lavalle nació en Buenos Aires el 17 de Octubre de 1797. Era el cuarto hijo de Manuel José de la Valle y Mercedes González. Al estallar la revolución de Mayo, su familia se encontraba en Chile, donde su padre era funcionario. De regreso en Buenos Aires, el 31 de Agosto de 1812, Lavalle solicitó su admisión como cadete en el Regimiento deGranaderos a Caballo. En Mayo de 1813 pidió al general Alvear ser enviado al frente. Ascendido a Teniente en 1813, pasó en 1814 al ejército sitiador de Montevideo, a órdenes de Alvear.
Luchó contra Artigas, y al mando de Dorrego combatió en la batalla de Guayabos. En 1816, con su regimiento, ingresó al Ejército de los Andes que San Martín preparaba en Mendoza. El 4 de Febrero de 1817, tuvo destacada actuación en Achupallas donde una patrulla de Granaderos venció a fuerzas realistas superiores que trataban de impedir la marcha de las tropas argentinas. En Chacabuco fue ascendido a Capitán. En Maipú mandó una compañía de Granaderos que con los regimientos de Zapiola y Freire pusieron fuera de combate a la caballería realista. Combatió en el sur contra los restos del ejército español.
En Nazca, Perú, el 15 de Octubre de 1820, al frente de la caballería patriota avanzó a todo galope sobre el campo realista, causando una completa sorpresa. En Paseo, el 6 de Diciembre, cargó poniendo en fuga a la caballería enemiga. En Jauja se le entregó prisionero el teniente coronel Andrés de Santa Cruz, futuro Presidente de la Confederación peruano-boliviana. En la campaña del Ecuador, el 21 de Abril de 1822, libró en Riobamba uno de los más brillantes combates de caballería de la guerra de la Independencia, destrozando a la caballería española por el resto de la campaña. Intervino en Pichincha, en el desastre de Torata y en la retirada de Moquegua, donde con 300 Granaderos contuvo a un ejército varias veces superior.
A fines de 1823, se separó del ejército de Bolívar, y ya en Mendoza, un movimiento militar derrocó al gobernador y nombró en su reemplazo a Lavalle. Diez días después, 4 de Julio de 1824, regresó a Buenos Aires, recibiendo despachos de coronel graduado. Con Rosas y Senillosa integró la comisión demarcadora de la frontera con los indios. Al estallar la guerra con el Brasil se incorporó al ejército nacional. En Febrero de 1827 venció a una columna de 1.200 hombres en Bacacay. En Ituzaingó, en audaz y calculada maniobra, arrolló a las fuerzas del general Abreu, siendo ascendido a general.
Debido a los conflictos político – civiles que vivía el país, Lavalle se preparaba a poner en ejecución un plan cuando las tropas correntinas, que lo habían acompañado desde el principio de la campaña, decidieron regresar en masa a su provincia. Con sus últimos fieles, unos doscientos hombres, Lavalle emprendió el camino de Jujuy, donde llegó el 8 de Octubre.
Tratando de huir al norte, a Bolivia, con unos cuantos camaradas leales, Lavalle fue muerto (probablemente por accidente) en una residencia privada en Jujuy cuando un grupo que acertaba a pasar por allí disparó una serie de tiros contra la casa; cuando sus leales seguidores se enteraron de que existía el propósito de profanar sus restos, formaron secretamente una guardia de honor para escoltar el cadáver de Lavalle fuera del país, hasta Bolivia, donde lo depositaron en la ciudad de Potosí hasta que los restos pudieran ser devueltos a Buenos Aires, lo que aconteció en 1868, siendo inhumados en el cementerio de La Recoleta.

Lavalle, Riobamba y los granaderos


El 21 de abril de 1822 Juan Lavalle, entonces un soldado de veinticinco años, se ganó el apodo de “León de Riobamba”, una distinción que de alguna manera se hizo extensiva a los noventa y seis granaderos que cargaron contra más de cuatrocientos españoles obligándolos, en una primera instancia, a retroceder. Cuando repuestos de la sorpresa, o el susto, la caballería y la infantería española se lanzaron en la persecución de los granaderos que regresaban a su base trotando como si estuvieran paseando, se produjo un segundo encuentro, en el que otra vez los españoles fueron derrotados.
La batalla de Riobamba se libra en Ecuador y de alguna manera prepara las condiciones para la posterior victoria de las tropas americanas en Pichincha. Los granaderos de San Martín se habían incorporado al ejército dirigido por el mariscal Antonio Sucre y, a juzgar por los resultados, adquirir en “préstamo” a los granaderos fue una de sus mejores ocurrencias.
Según las crónicas, el 22 de abril fue un día lluvioso. El barro dificultaba el desplazamiento de los soldados y obligaba a tomar precauciones especiales a la hora de decidir la batalla con el enemigo. Sucre le ordenó a Lavalle que inspeccionara el terreno. Nada más que eso; una inspección para obtener algunos datos indispensables para el futuro combate. Lavalle avanzó con sus hombres y de pronto se encontró con tres batallones españoles que lo triplicaban en hombres y armamentos. Lo prudente en ese caso hubiera sido retroceder, pero Lavalle nunca fue prudente, mucho menos en esas circunstancias.
Los españoles no podían creer lo que veían sus ojos. Un grupo de hombres avanzaba sobre ellos al grito de “¡a degüello!”. El aspecto de los soldados criollos debe de haber sido temible porque luego de una breve resistencia los que retrocedieron fueron los españoles. Lavalle los persiguió, ordenándoles a sus hombres que se detuvieran cuando advirtió que la caballería española había llegado hasta donde estaba apostada la infantería. Entonces dio orden de retroceder. Lo hicieron despacio, como si estuvieran paseando, “al trote”, dice el informe oficial. Los españoles, tal vez avergonzados por haber sido corridos por noventa soldados, decidieron perseguirlos.
El informe posterior que Sucre le envió a San Martín es elocuente: “Lo mandé a un reconocimiento a poca distancia del valle y el escuadrón se halló frente a toda la caballería enemiga y su jefe tuvo la elegante osadía de cargarlos y dispersarlos con una intrepidez de la que habrá raros ejemplos”. Sucre concluye su informe a San Martín diciendo de Lavalle: “Su comandante ha conducido su cuerpo al combate con una moral heroica y con una serenidad admirable”.
Conviene subrayar una de las frases de Sucre: “La elegante osadía…”. La decisión de Lavalle fue improvisada, no cumplió ninguna orden, no se atuvo a ninguna instrucción, por el contrario lo suyo fue una improvisación o, para ser más precisos, una inspiración, una genial inspiración. El informe que el propio Lavalle hizo por su lado parece coincidir con esta hipótesis. En un primer párrafo describe el momento en que retrocede después de la primera carga y cómo luego observan que la caballería española regresa al galope. Son muchos, están bien armados y se trata de soldados expertos en guerrear, pero… “ el coraje brillaba en el semblante de los bravos granaderos y era preciso ser insensible a la gloria para no haber dado una segunda carga”, ataque que en ese caso contó con el auxilio de los Dragones de Colombia, quienes estando a las órdenes de Sucre se involucraron en el combate .
O sea que la batalla de Riobamba se libró en dos tiempos, y en ambos las tropas americanas salieron airosas. El balance de pérdidas en vidas y armamentos permite asegurar que hubo ganadores y perdedores. Los españoles dejaron en el campo de batalla alrededor de cincuenta muertos y un número similar de heridos, mientras que los criollos sólo tuvieron que lamentar dos bajas.
Diez años antes, con sólo quince años de edad, Lavalle había ingresado al cuerpo de Granaderos a Caballo creado por el entonces teniente coronel José de San Martín. Aún no le había terminado de crecer la barba y ya estaba enredado en combates y batallas. Después de haber guerreado una temporada en la Banda Oriental fue trasladado a Mendoza donde se incorporó al proyecto del Ejército de los Andes. Desde ese momento puede decirse sin exagerar que estuvo en todas y en todas se lució y ganó honores y ascensos. Desde Chacabuco, donde fue ascendido a capitán, hasta Ituzaingó donde le otorgaron el grado de general en el mismo campo de batalla después de haber improvisado una carga de caballería que se hizo célebre y que para más de un observador militar decidió la batalla, Lavalle trazó un itinerario de combatiente que le permitió ganar con justicia el título de guerrero de la Independencia.
El héroe de Riobamba nunca renunció a su condición de granadero y soldado de San Martín. Después de Riobamba siempre lució con orgullo la distinción que le otorgó San Martín, distinción que muchos años después, cuando ya estaba embarrado en las guerras civiles, sacó a relucir para refutar a sus enemigos que lo acusaban de traidor a la patria. “El Perú a los vencedores de Riobamba”, decía el brazalete entregado por San Martín a su granadero.
Los méritos de Lavalle son también los méritos del cuerpo de granaderos, ese regimiento que recibió su bautismo en San Lorenzo y luego recorrió medio continente, siempre combatiendo contra los enemigos de la Independencia. Los granaderos regresaron a Buenos Aires catorce años después de haber sido creados. Llegaban cargados de glorias y cicatrices. No eran muchos. De los mil hombres que marcharon a Mendoza sobrevivieron 120.
Desde Buenos Aires a Colombia hay miles de kilómetros. Estos bravos soldados los recorrieron peleando sin tregua. Estuvieron en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia. En todos lados recibieron reconocimientos y elogios. Ganaron y perdieron batallas, mataron y murieron, combatieron en la montaña, en la llanura y en el mar, y siempre defendieron los principios que en su momento les inculcara San Martín, normas de disciplina tan austeras y exigentes que hasta sancionaban al soldado que golpease a una mujer “aunque hubiera sido insultado por ella”.
La suerte de los granaderos estuvo ligada a la de su jefe. Cuando San Martín dejó Perú, ellos iniciaron el retorno a Buenos Aires. El viaje fue largo y cargado de acechanzas. Hubo rebeliones, naufragios y acciones heroicas. El 19 de febrero de 1826, setenta y ocho granaderos a las órdenes del coronel Félix Bogado entraron a la ciudad de Buenos Aires que los recibió como héroes. De los setenta y ocho, había seis que realizaron toda la campaña, desde San Lorenzo a Junín. Importa recordar sus nombres porque lo merecen: Paulino Rojas, Francisco Olmos, Segundo Patricio Gómez, Dámaso Rosales, Francisco Vargas y Miguel Chepaya.
El 23 de abril de ese año, y en homenaje a la batalla de Riobamba, don Bernardino Rivadavia decidió incorporarlos a su escolta, honor que mantienen hasta el día de la fecha. Para 1826 San Martín ya estaba en el exilio, pero cuando se enteró de la noticia no disimuló su satisfacción. Los granaderos habían sido su creación, su primera criatura, la niña de sus ojos, como se decía entonces. San Martín siempre consideró a los granaderos como un regimiento ejemplar, como un modelo de profesionalismo militar. Parco y medido como era en los elogios, dijo de ellos una de las frases más ponderativas que salieron de la boca de ese hombre enemigo de las palabras fáciles y la retórica liviana: “De lo que mis granaderos son capaces, sólo yo lo sé. Habrá quien los iguale, quien los supere, no”.

ANECDOTA CON BOLIVAR:El general Lavalle protagonizó muchas anécdotas. Una de ellas fue la legendaria carga al frente de su batallón al grito de “a degüello”, que lo hizo merecedor de ser llamado “el león de Riobamba”. Sin embargo, el incidente con Bolívar sirvió para pintarlo con mayor precisión. Participaba con otros jefes de una reunión del Estado Mayor de las fuerzas combinadas, escuchando frente a un mapa las indicaciones que impartía el militar colombiano.
Lavalle lo interrumpió con algunas observaciones discrepantes y el mariscal, en la plenitud de su poder y gloria, le contestó en tono irritado: “Teniente coronel, por impertinencias menores he mandado fusilar a generales”. Lavalle no se arredró y apoyó la mano sobre el pomo de su arma para contestarle con calma imperturbable: “Señor, los generales que fusilasteis no empuñaban este sable